En este momento de especialistas, hablar de profesionales
humanistas suena passé o anacrónico. Muchos habrá que desconocerán el
significado de la palabra, como quien dice "zurrón" o "alacena" o "Betamax".
Hablar de agente
(inmobiliario) humanista me suena extraño incluso a mí, que voy a reivindicarme
(lo estoy haciendo ahora) como inventor primero y único del término (chequeo en
Google y estoy en lo cierto). Y es que hay binomios lingüísticos que cuestionan
nuestras creencias más arraigadas y ponen a prueba la plasticidad de nuestro
umbral de aceptación, a saber: sueca chaparra, promotor marxista o Gandía
Shore. Todos ellos son buenos ejemplos.
Que le ponga humor
a la cosa no quiere decir que os esté vacilando. No porque algo suene imposible
deja de ser deseable o intentable. Quiero decir que el hecho de que un agente inmobiliario sea una persona
que en el mejor de los casos solo sepa de precios de zona, condiciones
hipotecarias y legalidad aplicable a una compraventa o alquiler, no significa
que deba ser así; casi todo puede hacerse mal y aún así hacerse.
Así que si algún
día te encuentras con un agente inmobiliario que quiere saber de ti, que llega
puntual a su cita porque respeta tu tiempo (y el suyo), que se interesa por tu
trabajo, que te aguanta una puerta y te cede el paso, que conoce el estilo y
los pormenores de los edificios que visitáis, que te explica el ángulo de
incidencia solar en invierno y en verano, que reconoce los árboles frente a tu
balcón y el momento en que florecen, que conoce las escuelas de la zona y el
perfil sociodemográfico de las familias que las ocupan, que te recomienda un
arquitecto y una tienda de muebles escandinavos, que lee en tus gestos la
emoción del momento o el miedo a las decisiones que parecen para siempre...,
entonces sabrás que algo está cambiando.